Bradford Cox es, no cabe duda, una de las personalidades más interesantes del rock del actual milenio. Sin embargo, aquella identidad artística es más que solo una imagen controvertida pues estamos hablando de un artista talentoso obsesionado con la música. El resto de elementos que no forman parte de la música solo enriquecen aún más el universo de Cox y compañia. El octavo álbum de los norteamericanos (el tercero para Domino) vuelve a los origenes, es decir, el enfoque se situa en el rock and roll más salvaje, "garage nocturno" anticiparon antes de la salida de "Monomania", lo que sin duda dice mucho de aquello que encontraremos dentro. Lo cierto es que Deerhunter se aleja de los paisajes sonoros que coqueteaban con el pop de sus dos últimos discos para fundir con las cuerdas (ahora la banda cuenta con una guitarra más: la de Frankie Broyles, además del nuevo bajista Josh McKay ) el lienzo de las canciones, transformándolas en salvajes e indomables. Se percibe que para este álbum Cox se erige por sobre Lockett Pundt el otro compositor de la banda, con quien el sonido de los últimos discos fue más atmosférico. El sonido en "Monomania" es saturado la mayor parte, fundiéndose con la voz distorcionada de Cox, pero por momentos se intuye el protagonismo de Pundt cuando las canciones se transforman en aire fresco. En fin, Deerhunter sigue contruyendo una más que notable carrera que por el momento parece no decaer.
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