Hace algún tiempo, un amigo holandés me dijo para ir a ver a la banda de un amigo suyo que tocaba en vivo. Eran los teloneros, y no estaban mal aunque ya olvidé el nombre que tenían. Lo que sí recuerdo es el show presentado por la banda que tocaría a la hora estelar, bueno, estelar es un decir ya que dicho número central sería visto por unas 50 personas, cantidad aproximada con la que cuentan siempre las bandas que luego serán de culto. Si son buenos claro. Los australianos The Drones me dejaron un sabor agradable con un show superlativo, en donde la energía desplegada por el cuarteto no hacía más que resaltar las bondades compositivas que poseen, cualidades resaltadas por las publicaciones alternativas más prestigiosas del orbe. Sin embargo, para este año me doy con la sorpresa que el cantante y principal compositor de la banda, Gareth Liddiard, lanzó a finales del año pasado un disco muy bueno, “Strange Tourist”, que lejos de prolongar el sonido de la banda madre, se aísla de la electricidad para citarse con una guitarra, la que se encargará de acompañar esa voz quebrada, tan llena de emoción. Las canciones están desnudas y secas, apenas hay adornos que suavicen la intensidad, la desesperación. Recuerdo que al finalizar el concierto salí fuera del club donde se presentaban para fumarme un cigarro, y observé que los mismos integrantes de la banda llevaban todos sus equipos a una camioneta, y lo vi a Liddiard muy de cerca (le dije: buen concierto, respondiéndome él con un tímido gracias) percatándome que poseía una mirada muy cercana a la locura. No sé qué tan subjetiva fue mi apreciación en ese momento, pero sin duda se trataba de un tipo con una emoción desbordante. Escuchen la canción que cierra el disco, “The Radicalisation of D”, uno de los pocos orgasmos musicales que he tenido este año.
Strange Tourist
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