Especiales- Crónica concierto de The Stone Roses

Am I the Resurrection?
El reencuentro de The Stone Roses en Amsterdam fue todo menos una gran fiesta.


El 6 de junio empezó pausado, sin aspavientos. La primavera se muestra dubitativa como siempre sucede en Holanda, con un sol tímido en medio de un cielo atiborrado de nubes. Es el día del concierto de The Stone Roses, banda inglesa que a finales de los ochentas decidió transformar en multicolor lo grisaceo de un Manchester que aún vivía los últimos rezagos del miserabilismo que The Smiths sembró con tanto romanticismo.



Como buen peruano salí tarde de casa perdiendo el tren que partía en horario europeo. Maldije mi suerte ya que perdería una parte del show, quizás un par de canciones, pérdida tremendamente significativa para alguien que espera a los Roses desde hace aproximadamente dos décadas. Mientras viajaba en el tren observaba como el verdor de los campos de cultivo holandés era acariciado por el viento que además lo despeinaba ligeramente . El viento, que llegaba desde el sur, dotaba de dinamismo a las viñetas que en estos trenes sirven como ventanas. Cuando llegué al Heineken Music Hall de Amsterdam, recinto donde se realizaría el evento, fue grata mi sorpresa al enterarme que el concierto empezaría una hora más tarde de lo programado. El público que se encontraba a las afueras del recinto, especialmente construido para conciertos de gran  embergadura (Lou Reed tocaría al día siguiente en el mismo escenario), no era exactamente juvenil sino más bien un gran grupo de treintones y cuarentones que seguro quería recordar aquellos lejanos ochentas, o quizás prolongar esos últimos rezagos de juventud. El cabello gris, la calvicie, la gordura, las siluetas que se van despojando de la juventud y sus armoniosas formas, los trajes de oficina (aunque también atuendos  rejuvenecedores),  en fin,  me encontraba ante un desfile de la mediana edad.



Algo frecuente en las giras de reunión de bandas legendarias es que gran parte del público  es inglés, que se desplaza de una ciudad a otra garantizando el consumo de alcohol, alguna que otra riña, y/o el humor sutil tan característico. Me pareció curioso observar la procedencia de dichos ingleses, la mayoría-al parecer-procedente de la clase trabajadora a diferencia de lo que se acostumbra ver hoy en día en los conciertos de bandas de rock alternativo: chicos y chicas a la moda, descuidadamente arreglados, rebeldemente afinados. No pude dejar de pensar en  Richard Katz, personaje de la aclamada “Libertad” de Jonathan Franzen, cuando reflexionaba acerca de ello en un concierto de Bright Eyes : “No se reunían movidos por la ira, sino en celebración por haber encontrado, como generación , una manera de ser más delicada y más respetuosa. Una manera, no por casualidad, más en armonía con el consumo”(“Libertad”). Mientras observaba el mencionado desfile viajé  de cierta forma hacia el pasado, imaginando a aquellos cuarentones atrapados en el tiempo, reclusos  de sus bruscos ademanes y de  la angustia reflejada en sus  miradas. The Stone Roses se entiendía solo en ese contexto: ser opío para la clase trabajadora inglesa.  Junto a Happy Mondays, y otras bandas de la denominada Madchester, dejaron al final de los 80’s una ola de drogadicción sin precedentes en la ciudad industrial británica.



Luego de comprar las fichas para el consumo y confundirme con el heterogeneo público me adentré en  la sala , con dos vasos de Heineken, percatándome que no estaba llena. La sala estaba a media luz. Una rubia miraba el escenario envuelta en una soledad que la acompañaría hasta el final de la noche, cuarentones charlando, mirando a su alrededor, bebiendo y finalmente riendo, todos eran parte del show. La música de introducción era idonea con el foco puesto en el pasado (The Clash, Sex Pistols, The Charlatans, etc), para enrumbar las expectativas hacia el climax que supuestamente sucitaría el reencuentro de los mancunianos. Mientras el público empezaba a fundirse en un solo bloque (sonaba de fondo una canción de las Ronnetes) irrumpe en el escenario Mani , escoltado por Ian Brown, John Squire y Reni. Llegó la hora de ver que tan buena idea era organizar este tipo de  reuniones: si el explotar la nostalgia resultaría luego un lunar molesto o no en el Curriculim Vitae de aquellas bandas que significaron algo mientras la juventud era su aliada. Las fotos promocionales mostraban a unos mancunianos abatidos por el tiempo, entre cabellos grises y rostros surcados por el tiempo implacable (y también, como se sabe, por los malos hábitos). Pero allí estaba Mani, brincando como si quisiera dar un salto hacia atrás en el tiempo. Los  Stone Roses tienen un catálogo limitado(tan solo dos álbumes en toda su carrera), detalle que no les impidió conquistar a la prensa y al público, sobre todo británico. Manchester se transformó, luego del romanticismo planteado por The Smiths, en sinónimo de juerga gracias a las drogas de diseño y a la escena musical naciente. Se acabaron las flores, se impuso el baile.



En 1989 salió al mercado el álbum debut de The Stone Roses y el resto es historia conocida. “The Stone Roses” es un álbum clásico donde se mezcla la melodía del pop, la acidez de la psicodelia de los 60’s(inspirados por The Byrds) y la música dance. No por nada la base rítmica de los de Manchester es considerada de lo mejor que nos ha regalado la música “made in England”. “Mani”(bajo) y “Reni”(batería) son la base desde donde se sostienen la guitarra virtuosa de John Squire y el histrionismo de Ian Brown. A todo esto se añadió la pose, un aspecto a tomar en cuenta dentro de la cultura pop, más aún si se trata del panorama musical británico, conocida, a lo largo de su historia, por sus “bocones carismáticos”. Un disco que con el pasar de los años va ganando adeptos.



Empezó el concierto con “I Wanna Be Adored”, un himno de finales de los 80’s, coreado a rabiar por los casi 8,000 espectadores que se encontraban agazapados entre la oscuridad y la luz nacida desde el escenario. Podía apreciarse un buen inicio, con un John Squire mostrando un virtuosismo intacto, una base rítmica poderosa, y un Ian Brown en lo suyo, acompañado de una pandereta que seguro servía como punto de apoyo frente a unos más que comprensibles nervios. También era evidente que el estado del cantante no era el más sobrio, ¿qué tendría encima? Le seguiría “Sally  Cinnamon”, y la euforía se prolongó aunque sin el estrépito de la primera canción. El público se fue calmando con el pasar de las canciones; el sonido de la sala era bueno pero no así la química entre los Roses. Se podían percibir las virtudes individuales pero la coordinación parecía ser un asunto pendiente. El concierto subía en intensidad cuando llegaban “los hits”, más por la vocación entregada de los fans que por lo ocurrido sobre el escenario. Así fue que “Fools Gold” , “Waterwall” ,  “She Bangs The Drums” o “Made Of Stone” se elevaron por encima de todo el set list, como fantasmas sobrevolando lo que realmente ocurría. La voz de Brown también se fue apagando, demostrando que estaba fuera de forma. El aire de sus pulmones se fue con el transcurrir de los minutos, y no sabemos a donde.

Lo cierto es que Brown fue una caricatura de su pasado, portavoz generacional al final de los 80’s, bocón por vocación, y multimillonario después de la gira de reencuentro. Sin embargo, lo peor estaría por llegar.  Las canciones transcurrieron, el alcohol se apoderó de la sala y la nostalgia se diluía mientras se acercaba la parte final. El último tema fue “Love Spreads”, y ya poco importó la calidad del espectáculo. Los sentidos adormecidos seguían el compás de la música, al vaivén de la melodía. Sin duda, lo mejor de la noche estuvo del lado de los músicos, con un John Squire persiguiendo la épica, tratando de cumplir con creces su trabajo. Lo mismo pasó con Mani y Reni. Sin embargo, todo en el escenario resultó anárquico a pesar de la buena voluntad. La banda se retiró entre aplausos tibios, mientras el público esperaba el encore. Era el turno de escuchar “I’m the Resurrection”, otro himno de los de Manchester, canción apropiada para la ocasión y para corearla con pasión. Los segundos pasaban y se hacían una eternidad. El público se impacientó empezando a silbar y arengando para que salgan de una vez.



Apareció Brown, se situó en medio del escenario para informar al respetable que “el concierto ya terminó, el baterista ya se fue a casa. El baterista es un cabrón” .  El público empezó a tirar vasos vacios de cerveza mientras Brown se retiraba hasta perderse en algún punto de la oscuridad. El pasado desaparecía entre bambalinas dejando en el camino al desafinado presente. Una irlandesa empezó a hablarme de la nada, asegurándome que me había visto en algún lado. Le seguí la corriente. Luego me presentó a su pareja, y entonces dejé de seguírsela. La noche se prolongó con unas cervezas y la conversación con un par de holandeses que se quejaban de lo cabrones que habían sido los de Manchester, “una burla”, “la semana pasada con Primal Scream fue otra cosa”, etc. Mientras me dirigía a la estación del tren para volver a casa, pensé en estas reuniones multimillonarias y  la estafa que podían resultar en algunos casos. La explotación de la nostalgia es un recurso muy utilizado en los últimos años y eso se puede apreciar, por ejemplo, en la oferta que suelen brindarnos las radios, sean peruanas o extranjeras. Es más fácil recuperar la inversión si es que se recurre a la nostalgia. Pues si alguien no lo ha notado, hemos regresado  de cierta forma a los 80’s.  Me senté en un vagón del tren, que estaba casi vacio, con una lata de cerveza en mano, y contemplé el lienzo oscuro que es la noche. Las ventanas del tren  no describían nada de lo que había afuera de él . El viento desapareció junto al campo de cultivo. Las estrellas se suspendían en la oscuridad, y pensé que al menos la noche brilló aquel día. El sueño me atrapó hasta que caí dormido.


César Augusto


Setlist

"I Wanna Be Adored"
"Mersey Paradise"
"Sally Cinnamon"
"Made Of Stone"
"(Song For My) Sugar Spun Sister"
"Where Angels Play"
"Shoot You Down"
"Tightrope"
"Waterfall"
"She Bangs The Drums"
"Love Spreads"

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