Beach House/JJ shows en Paradiso(Amsterdam)




Un concierto a realizarse en la mítica Paradiso de Ámsterdam tiene sus ventajas. En primer lugar, está en pleno corazón de la ciudad, rodeada de todo lo que pueda optimizar una noche de diversión (pubs, bares antiguos, y, para los que gusten, coffe-shops). La segunda ventaja es dentro del mismo recinto, ya que se presentan dos shows al día en dos salas distintas, la principal y la pequeña, ubicadas en pisos distintos, y con la posibilidad de moverse entre una y otra pagando sólo una entrada. Pues bueno, tuve la suerte de que el mismo día se presentaran Beach House y JJ, los primeros en la principal, y los segundos en la pequeña.







Eran las ocho y media de la noche cuando JJ salió al escenario, ante la expectativa de una creciente legión de fans. Sentí curiosidad por el dúo misterioso que, al parecer, había planificado su carrera al margen del ojo público, y que extrañamente cedió ante la atracción que ejerce la fama. Bueno, es un decir. El concierto me dejó una sensación agridulce. Por un lado, parece que el formato de la banda (pistas pre-grabadas-guitarra-voz) limita el show. Sólo fue necesario programar las pistas en la laptop, y Joakim Benon pasó a ser un espectador de lujo, tocando la guitarra en los momentos que hacía falta rasgar las texturas. La mitad masculina del dúo parecía desconectada del show, no sé si por tener una actitud más punk que el punk, o sencillamente porque tenía ganas de estar en otro lado. Por su parte, Elin Kastlader llevaba el peso del show, con esa voz que realzaba la melodía para crear mundos con vida propia, en una mezcla de ritmos y texturas blancas que parecen llevarnos a lugares concretos. El otro acierto del show fue el uso de los videos, que de alguna forma captaron la atención porque parecían nacer de la música. Pocas veces he visto una combinación tan estrecha entre imágenes y música, con un ritmo narrativo similar. En resumen, el show no me colmó, la frialdad allí arriba era excesiva, y el público, si bien se entusiasmó por momentos, creo que esperaba sean las nueve y media para ir a ver a Beach House.





El concierto del otro dúo, esta vez americano, Beach House, fue sobrio, dentro de lo que se esperaba de un concierto de dream-pop , hecho para paladares golosos, con algún entusiasta que sale de la norma, saltando, gritando o bailando, pero con la mayoría en estado contemplativo. En este caso, Victoria Legrand es el centro de gravedad, detrás de los teclados, y con esa voz quebrada, rota, perdida en medio de esa guitarra que se repite sin cesar, que parece moverse en círculos. Una noche en la que Beach House coronó a la melancolía en un recinto que se llenó de cabo a rabo, en una especie de liturgia impulsada por unos teclados que no hacen más que llevar al oyente a una ceremonia especial. Para la ocasión, acompañaba al dúo un batería, que seguía atentamente la cadencia que los caracteriza. Acabado el concierto, rumbo a casa, se repetía en forma de fresco recuerdo las melodías que a veces se confunden con mis sueños.











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